Entre todos los cambios, los de la piel son el signo más visible de envejecimiento. Las evidencias del aumento de la edad incluyen las arrugas y la piel flácida, además del encanecimiento del cabello como signo obvio. La piel tiene muchas funciones: protege del medio ambiente, ayuda a la regulación de la temperatura corporal y al balance de líquidos y de electrolitos al igual que proporciona los receptores para las sensaciones como el tacto, dolor y presión.
Aunque la piel tiene muchas capas, en general se puede dividir en tres porciones principales: la externa (epidermis) que contiene las células de la piel, pigmento y proteínas; la media (dermis) que contiene los vasos sanguíneos, nervios, folículos pilosos, glándulas sebáceas y suministra nutrientes a la epidermis.
La capa que está debajo de la dermis (la capa subcutánea) contiene las glándulas sudoríparas, algunos de los folículos pilosos, vasos sanguíneos y grasa. Cada capa contiene también tejido conectivo, con fibras de colágeno para dar soporte y fibras de elastina para dar flexibilidad y fuerza.
Los cambios en la piel están relacionados con los factores ambientales, constitución genética, nutrición y otros factores; sin embargo, el factor aislado más importante es la exposición al sol, teniendo la certeza de que la luz U.V. es el principal agente determinante externo del envejecimiento cutáneo y se puede evidenciar al comparar las áreas del cuerpo que tienen una exposición regular al sol con las que están protegidas de la luz solar.
El estrés es uno de los grandes enemigos que debe enfrentar nuestro cuerpo, pues éste nos ataca de tantas maneras que resulta difícil dimensionar el esfuerzo que deben hacer los diferentes órganos para lograr combatirlo de alguna manera.
Sin embargo, cuando las fuerzas parecen acabar, nuestro cuerpo comienza a dar diferentes señales de alerta. Y uno de los primeros síntomas son los que nos deja ver nuestra piel.
La ansiedad suprime la producción de ácido hialurónico, causando que la piel sufra de resequedad, aumentando las probabilidades de sufrir problemas como el eczema.
El estrés hace que los niveles de producción del cortisol se disparen, por lo que también se estimula la producción de aceite que obstruye poros, desencadenando el acné inflamatorio, cuyo aspecto deja la piel como si hubiese sufrido golpes profundos, esto generalmente se da en la zona del rostro. Por lo que si ya existía un cuadro de acné previo, éste puede incluso llegar a empeorar.
El “ACEITE DE ROSA MOSQUETA” (Rosa eglanteria L.) procede de las semillas del arbusto Rosa rubiginosa. Estamos ante un aceite de origen natural sin productos químicos que puedan dañar nuestra piel.
Tiene un efecto reparador de la piel ya que ayuda a la formación de colágeno y de fibras elásticas, muy útil para evitar la formación de cicatrices anómalas y, a su vez impide la pérdida de agua, por lo que aumenta la capacidad de hidratación de la superficie cutánea, consiguiendo que la piel se torne tersa y luminosa.
Al estar compuesto principalmente por ácidos grasos esenciales como son el ácido linoleico (omega 6) y linolénico (omega 3), antioxidantes y vitaminas A, C y E, tiene un enorme poder contra los radicales libres causantes del envejecimiento cutáneo, por ello es un potente producto antiedad que combate la aparición de las arrugas y reduce las manchas producidas por la exposición solar.
(Fuente: http://repavar.com/es/blog/los-7-beneficios-del-aceite-de-rosa-mosqueta-para-tu-piel)
ACEITE DE HUESO DE MAMEY (Mammeaamericana)
CERA DE ABEJA
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